Experience true power and ease in website design. Our website templates and WordPress themes offer flexibility and functionality unlike any other.

AFGANISTAN, historia de una invasión

(Tiempo estimado: 4 - 8 minutos)
Ya ha leído 0%

afganistan, historia de una invasion

Cada vez que muere un soldado italiano en Afganistán nos preguntamos “¿Qué estamos haciendo allí?” Pero hay otra pregunta que tenemos que hacernos: ¿Qué hemos hecho en Afganistán y a Afganistán?

Otra que peace keeping (misión de paz). Dejando de lado las justificaciones de que estamos en Afganistán para regalar caramelos a los niños, para “reconstruir ese desgraciado país”, para imponer a las mujeres que se liberen del burka, porque es más que evidente que lo de Afganistán, luego de diez años de ocupación violenta, no puede ser entendida como una operación de "peace keeping", sino que es una guerra en contra de los afganos, el único motivo que le ha quedado a los Estados Unidos y a sus aliados occidentales para legitimar la masacre a los ojos de las propias opiniones públicas y también de los propios soldados, desmotivados porque ellos a su vez no entienden “qué estamos haciendo aquí”, es que nosotros en Afganistán luchamos “por nuestra seguridad”, para enfrentar al “terrorismo internacional”.

Es una mentira colosal. Los afganos y por lo tanto los talibanes, nunca han sido terroristas. No había un solo afgano en los comandos que derribaron las Torres Gemelas. Ni un sólo afgano se encontró en las células, verdaderas o presuntas, de Al Qaeda. En los diez, durísimos, años de conflicto en contra de los invasores soviéticos no hubo ni un sólo acto de terrorismo, mucho menos kamikaze, ni dentro, ni fuera del país. Y si desde el año 2006, luego de cinco años de ocupación se han decidido a adoptar en contra de los invasores incluso métodos terroristas, es porque mientras los soviéticos tenían al menos la decencia de estar en el campo, los occidentales combaten casi exclusivamente con los bombarderos, a menudo Dardo y Predator sin piloto, pero guiados desde Nellis en Nevada. ¿Contra un enemigo invisible qué le queda por hacer a una resistencia? Bin Laden no está más. En el 2001 en Afganistán estaba Bin Laden. Pero Osama constituía un problema incluso para el gobierno talibán, tanto es así que cuando en 1998 Clinton le propuso a los talibanes que le matasen, el Mullah Omar dijo que estaba de acuerdo siempre y cuando la responsabilidad del asesinato del Califa saudita la asumieran los americanos. Pero a último momento Clinton se echó atrás (documento del Departamento de Estado de agosto de 2005). Sea como sea hoy Bin Laden no está más y en Afganistán ni siquiera quedan sus hombres. La CIA ha calculado que sobre unos 50.000 guerrilleros sólo 359 son extranjeros. Pero son uzbecos, chechenos, turcos, es decir no son árabes, waabitas, no pertenecen a ese Jihad internacional que odia a los americanos, a los occidentales, a los “infieles” y que quiere verles desaparecer de la faz de la tierra. A los afganos y por lo tanto a los talibanes, sólo les interesa su país. E incluso será lícito que un pueblo o una parte de éste ejercitasen el legítimo derecho de resistir a una ocupación extranjera, aunque sea con motivos. Afganistán, a lo largo de su historia, jamás realizó un agresión armada en contra de nadie y rudimentariamente armado como está no puede constituir un peligro para nadie.

La guerra civil. Para tener una idea de la devastación de la cual somos responsables en Afganistán es necesario entender porqué los talibanes se afirmaron a comienzos de los años '90. Derrotados los soviéticos, los legendarios comandantes militares que los habían combatido (los “señores de la guerra”) los Ismail Khan, los Heckmatjar, los Dostum, los Massud, dieron vida a una sangrienta guerra civil y, para armar a sus milicias, se transformaron con sus hombres en bandas de chantajistas, de carteristas, de asesinos, de violadores que actuaban con el más amplio arbitrio y vejaban de todas formas a la población. Los talibanes fueron la reacción a este estado de cosas. Con el apoyo de la población que ya no podía más, derrotaron a los “señores de la guerra”, los echaron del país y restablecieron el orden y la ley. Aunque éste sea un orden y una ley dura, la del Corán, que sin embargo no es ajena a la cultura de esa gente. a) En el Afganistán talibán había seguridad. Se podía viajar tranquilamente, incluso de noche, como nos comentó Gino Strada (fundador de la Asociación Emergency), quien ha vivido y ha podido trabajar con sus hospitales. Los occidentales cierran los hospitales, como sucedió en Lashkar Gah. b) En ese Afganistán no había corrupción. Por la simple razón de que la expeditiva pero eficaz justicia talibán les cortaba las manos a los corruptos. Incluso hoy en la vastísima realidad rural de Afganistán, la gente, para obtener justicia, prefiere dirigirse a los talibanes antes que a la corrupta magistratura del Quisling Karzai, donde basta con pagar para obtener una sentencia favorable. c) En 1998 y en 1999 el Mullah Omar propuso a las Naciones Unidas el bloqueo del cultivo de la amapola, de la cual se obtiene el opio, en cambio del reconocimiento internacional de su gobierno.

A pesar de que el boicot al cultivo de amapola fuese un pedido antiguo de la Agencia de la ONU en contra del narcotráfico, la respuesta, bajo la presión de los Estados Unidos, fue negativa. A comienzos del 2001 el Mullah Omar decidió autónomamente bloquear el cultivo de amapola. Decisión dificilísima no sólo porque de este cultivo vivían muchísimos campesinos afganos, a quienes les llegaba un mísero 1% de la ganancia, sino también porque el tráfico de estupefacientes también le servía al gobierno talibán para comprar trigo a Pakistán. Pero para Omar el Corán, que prohíbe la producción y el consumo de estupefacientes, era más importante que la economía. Tenía la autoridad y el prestigio como para tomar una decisión de ese tipo, que fue capaz de derribar la producción del opio casi a cero (suplemento del periódico “Corriere della Sera” del 17/6/2006). En fin el talibanismo era la solución que los afganos habían encontrado, al menos momentáneamente, para sus propios problemas. Nosotros hemos pretendido reemplazar una historia afgana por una historia occidental. Con los siguientes resultados. El País más inseguro. Hoy Afganistán es el país más inseguro del mundo. Y evidentemente, es la presencia de las tropas extranjeras las que lo hacen así. Las víctimas civiles, provocadas directa o indirectamente por la presencia de las tropas occidentales, son incalculables. Quisiera también recordar, en estas horas de llanto por nuestros caídos, que también los afganos e incluso los guerreros talibanes tienen madres, padres, mujeres e hijos que no son distintos a nosotros. Además en Afganistán volvieron a merodear los “señores de la guerra”, algunos de los cuales se asientan en el gobierno del Quisling Karzai. La corrupción en el gobierno, en el ejército, en la policía, en las autoridades administrativas es endémica. Ashraf Ghani, médico, tercer candidato en las elecciones farsa de agosto y el más occidental de todos dijo: “En el 2001 éramos pobres pero teníamos una moralidad propia. Éste raudal de dólares que se ha derramado en Afganistán ha destruido nuestra integridad”. En conclusión, hoy el Afganistán “liberado” produce el 93% del opio mundial. Pero aún hay cosas peores. Armando y adiestrando al ejército y a la policía del gobierno fantoche de Karzai, nosotros hemos puesto las premisas, cuando las tropas occidentales se hayan ido, para una nueva guerra civil. La única esperanza es que prevalezca el buen sentido de los afganos. Alguna señal hay. Shukri Barakazai, una parlamentaria que lucha por los derechos de las mujeres afganas dijo: “Los talibanes son nuestros connacionales. Tienen ideas distintas de las nuestras, pero si somos democráticos tenemos que aceptarlas”. Desde hace un año, en Arabia Saudita, con el patrocinio del príncipe Abdullah, están en curso, conversaciones entre los emisarios del Mullah Omar y del gobierno de Karzai. Pero antes de emprender una seria negociación oficial Omar, de hecho ganador en el campo, pretende que todas las tropas extranjeras desalojen. No ha invertido 30 de los 48 años de su vida en la lucha, como para verse imponer una “pax americana”. ¿Y entonces porqué seguimos estando en Afganistán y, es más, el Ministro de Defensa Ignazio La Russa, un repugnante prototipo del “armémonos y en marcha”, quiere dotar a nuestros aviones de bombas? Lo ha explicado sin avergonzarse Sergio Romano en el periódico “Corriere della Sera” del 10/10/10: “porque la lealtad al “amigo americano” nos dará un prestigio que podremos aprovechar en el futuro con respecto a los demás países occidentales. Los holandeses y los canadienses ya se han ido, cansados de dejarse asesinar y de asesinar, por cuestiones de prestigio, los españoles se irán dentro de poco. Quedamos nosotros, desleales, porque hasta hace poco tiempo hemos pagado a los talibanes para que nos dejaran en paz, pero fieles como sólo los perros lo son. Los Estados Unidos gastan 100 mil millones de dólares al año en esta guerra insensata, injusta y cobarde (robot contra hombres). Italia gasta 68 millones de euros al mes, alrededor de 800 millones al año. Dinero que podría ser utilizado para resolver muchas situaciones, como la de la desocupación o de la subocupación que afectan a algunas regiones de las cuales parten muchos de nuestros jóvenes para ganar algún que otro dólar extra y dejarse asesinar y asesinar sin saber ni siquiera porqué.

IL FATTO QUOTIDIANO 12 DE OCTUBRE DE 2010

 
  • Visto: 5327